jueves, 30 de abril de 2009

Estaba pensando...

…en cómo enunciar una ley a la que estoy dando vueltas últimamente. No sé si decir que la atracción que ejercen las personas es inversamente proporcional a su proximidad, o que es la proximidad de la separación lo que es directamente proporcional a la atracción que ejercen. En general pasa con todas las cosas. Uno no valora una uña hasta que tiene que abrir una lata de cerveza, quitar una pegatina o pelar una quisquilla. Es entonces cuando esta uña, mera decoración del dedo hasta hacía poco, adquiere una relevancia suprema por ser el cuello de botella que ahoga un proceso. En ese momento la carencia de esa simple uña es equivalente a la falta de dinero para comprarse la cerveza o la inexistencia de esas quisquillas.

Matemáticamente esto puede ser enunciado como el producto acumulado de numerosos factores. X*Y*Z*A…*N= Comida de quisquillas. En el caso de las quisquillas se incluiría la existencia de estos animales, los pescadores(X), las redes(Y), el proceso de pesca(Z), su traslado a la costa (A), su venta (B) y cocción adecuada (C)… Como se ve tantos factores entran en juego para comerse unas quisquillas que es realmente una pena perdérselas en el paso previo a la ingesta (N). SI N = 0, Comida de quisquillas = 0.

El caso es que uno puede estar pasando el rato con alguien, sin sentir más afecto que el de la agradable compañía (que no es poco en los tiempos que corren), pero basta que ese alguien ponga fin a la relación, aunque sólo sea por anticiparse a lo que se ve venir y mantener el orgullo, para que nuestras emociones cambien de súbito. Lo que antes parecía anodino, fácil y hasta debido, ahora, cuando menos, adquiere cierto valor. Tanto más cuanto menos posibilidades haya de conseguirlo. Y aumenta exponencialmente si ya se intenta recuperar.

Esta reflexión viene al caso porque llevo ya algunos años yéndome fuera de casa. En cada una de estas estancias en lugares nuevos he conocido a gente que me ha caído bien y gente que me ha caído mejor. No es fácil dar de primeras con la gente adecuada cuando se llega a un sitio nuevo. No hay más que pensar en cuántos años han tenido que pasar para que cada uno haya formado su actual grupo de amigos.
Ocurre que yo ya estaba hartándome de encontrar a la gente más divertida al final de mi estancia, teniéndome que volver pensando en lo que podría haber sido y dejaba atrás. Por tanto esta última vez estaba decidido a pasar dos años dado que todas mis estancias anteriores habían sido como mucho de un año y había ocurrido lo que menciono.

En esta última ocasión estuve dudando en la ley que he enunciado al principio conforme se acercaba mi teórica fecha de regreso. Cuando ésta llegó sólo contaba con un par de amigos de cierta relevancia. Así, volví a casa pensando en que la ley era falsa, pues no se había cumplido en esta ocasión. Uno no encuentra a sus almas gemelas en un año. Como quiera que fuese mi contrato se extendió por seis meses más y el regreso no llegó a ser definitivo, si no temporal. Volví y las cosas no cambiaron mucho, por lo menos al principio. Pero bastó que anunciara que me volvería anticipadamente para que me salieran amigos hasta en los semáforos y que los que antes no eran más que conocidos se presentaran bajo una nueva forma de amistad y divertimento. En el último mes he recibí más llamadas que en los tres meses anteriores juntos y he poblado mi agenda con similar número de teléfonos.

Dios me libre de ser supersticioso pero ¿habría ocurrido lo mismo en el mes anterior a mi supuesta partida definitiva si no me hubieran avisado de antemano que no me extenderían el contrato?

miércoles, 1 de abril de 2009

Pasantías en Ibiza

Era el verano de mis veintidós primaveras.
Había conseguido unas prácticas en el despacho de un conocido abogado de Ibiza. Un lunes me anunció que se iba de cacería por dos semanas. Yo estaba encantado. Había conocido a una encantadora mulata y me había hecho amigo de los guardas de seguridad de varias discotecas. Fue un tiempo increíble. Íbamos a cenar al restaurante de un tipo que debía un favor al abogado, salíamos a las tantas y acabábamos vegetando en el sofá cama del despacho, en caso de que alguien llamara.
Una semana después se convocó una huelga de transportistas. Todos los hoteles, restaurantes y supermercados de la ciudad acudieron al despacho para interponer demandas. De la noche a la mañana me ví hundido en legajos que apenas entendía. La cagué una, dos e infinitas veces hasta que una mañana sonó el teléfono.
-Estás muerto pichón, dijo

Que se diga

-Señor Juez…

-Puede llamarme Pep si quiere, que estoy de pasantía.

-Esta bien. Pep. ¿ Pepito le gustaría más señoría?

-Menos guasa, abogado. Al asunto.

-Pep, mis clientes se declaran inocentes de boicotear la cacería.

-Protesto señoría… Pep. Tras estudiar estos legajos es obvio que los acusados se pusieron en huelga. Llamo a declarar a los acusados, uno por uno.

-¿No es cierto que en fecha nueve de diciembre de 2009 usted, junto con sus cómplices dejo de asistir al coto de caza La Ociosidad, señor Pichón?

- Yo ni pio.