lunes, 16 de febrero de 2009

Telepepito

-¡Letrado! Llévese al desgraciado de su cliente de mi vista. Exclamó el juez Odesso sacando un bulto de papel albal.
- ¡Pero señoría! La seguridad nacional corre peligro. Arguyó el fiscal.
-Lo que va a correr peligro va a ser su licencia como no me deje tomarme en paz mi pepito de ternera. -¡Salga echando cohetes! El juez le hincó bien el diente al bocadillo.
-¡Pero señoría! Si la sentencia está clara. El sujeto fue hallado hablando a una gominola en un pasillo del parlamento. Se defendió el abogado.
-¿Y qué? Éste es un país libre. Como si quiere darle las buenas noches a su zapato. Cada uno tiene sus remedios para escapar del aburrimiento.
-¿Pero no lo entiende! La gominola era un micrófono.
-Sí, sí letrado, lo entiendo. De hecho, le estoy pasando parte a mi secretaria por este Telepepito. Dos mordiscos más y termino la comunicación. Stop.

Sputnik

-La sentencia no fue para echar cohetes. Suficiente para las costas y unas gominolas. No conseguí una indemnización por daños y perjuicios. Ni siquiera una mísera disculpa de las autoridades. Sírveme un poco más de esto, anda. El cliente me dijo… ¿Cómo me dijo? Ah, sí. Me dijo…jaja… con ese acento suyo tan ruso. “Letrado, le debo la vida”. Yo me partía:”letrado…” Jaja. Como si fuera uno de esos ingleses con toga y peluca.

El caso es que yo me alegré de que un extranjero indefenso saliera libre del cargo de espía. A fin de cuentas no era más que un aficionado radiofónico más. Es descabellado pensar que estaba escuchando las conversaciones de la Moncloa. ¿No cree?
-Da, da. Ussted Olvvide essta coverssación. ¿Máss vozka?

El juez Antonio Abasolo

El juez Antonio Abasolo, conocido gourmet del juzgado de instrucción número 11, salió a comer a un restaurante que le habían recomendado para paliar la crisis. Su ex mujer le dejó los niños en el club de tenis y el los pasó a recoger a la una y media, cuando la clase terminaba.

-Papá, papá ¿Porqué mamá dice que eres un cabrón?- Preguntó Pedrito, el más pequeño de los dos cuando se hubieron metido en el coche.

-Porque tu madre os quiere poner de mi contra, niños. - Siguió conduciendo y bajó un poco la música para oír mejor. Pero los dos niños permanecieron callados mirando al paisaje por la ventana.

Llegaron al restaurante y un camarero sonriente y delgado les llevó a su mesa. Antonio Abasolo pidió copiosamente, tanto que el camarero le preguntó si los dos filetes con patatas no serían demasiado. Cuando volvió a servir el vino el juez ya estaba partiendo una nécora mientras los hijos le miraban en silencio con los brazos cruzados.

-Mamá dice que eres un cabrón porque sólo piensas en ti. – Continuó Pedrito mientras el camarero le servía el agua enarcando una ceja.

-Tonterías. – Se defendió Antonio Abasolo.

-¿Y porqué has pedido una nécora, percebes, jamón, habas cocidas y becada en salsa para ti y sólo un filete con patatas y agua sin gas para nosotros? – Le acusó Manolito, el mayor. Al juez Abasolo se le atragantó el changurro y miró al camarero quien, con una sonrisa reprimida a medias, estaba terminándole de servir el agua.

-No hay apelación. – Concluyó el camarero dándoles las espalda y yéndose a la cocina.

martes, 10 de febrero de 2009

Aroma de sacramento enlatado

El conocido gourmet y crítico gastronómico, Iñigo del Chalpot, discutió vehementemente con su archirival, Ricardo Friquisuá, sobre las virtudes del aroma de sacramento enlatado.

-Esta es una muestra más de la crisis gastronómica en la que nos encontramos. –Arguyó dándole una torta en la cara a Ricardo.- ¡Para que tengas Confirmación, Friquisuá!

Ricardo Friquisuá, que no era precisamente un remanso de paz, se calentó y le reventó una silla en la espalda, lo cual no hizo más que empeorar la refriega. Tanto fue así que tuvo que llegar la policía para acallar los lloros de los niños y llevarse al juzgado de guardia a los dos contendientes.
El juez invocó la memoria histórica, que el olor de sacramento enlatado le traía, para dar la razón a Ricardo Friquisuá y condenar sin apelación a Iñigo del Chalpot a criticar los comedores de colegio durante un mes como trabajo social.

lunes, 2 de febrero de 2009

Estaba pensando…

…que un amigo hace pronto 30 palos. Así como lo veo yo, esa es la edad de los matrimonios, los hijos, las hipotecas y las chaquetas de pana los domingos. Cuando estaba en el colegio a los treintañeros no sólo los tenía como a hombres hechos y derechos, si no también como a viejos. O lo que es casi peor, como padres. Y ahora que lo tengo a la vuelta de la esquina ya me he acostumbrado a ver las barrigas y las calvas crecer como si de una planta se tratara, estación a estación, año a año.

Me pregunto si cuando haya visto 30 Sanjuanadas tendré alguna conversación como la que mantuve un poco después de cumplir los 20. Quedé con un amigo en un bar que daba a la playa para tomar unas cervezas y nos hicimos algunas preguntas: “¿Tú que piensas que va a pasar ahora que somos veinteañeros? ¿Crees que follaremos espontáneamente, sin compromisos? ¿Nos dejarán en paz nuestros padres? ¿Podremos pegarnos los viajes que queramos sin necesidad de pedir permiso ni dinero a nadie?” Yo contestaba que sí con mucho entusiasmo y optimismo. A fin de cuentas estábamos entrando en lo que todos los adultos calificaban como la mejor parte de la vida. Me imaginaba a mi mismo escapándome de noche con el coche a un pueblo de la costa y acudiendo a fiestas en la playa. La verdad es que al final sólo lo de los viajes llegó a cumplirse ya que las relaciones sexuales fueron esporádicas más que espontáneas y los padres no entienden de años para decirte qué hay y qué no hay que hacer. Tanto les da amonestarte por no haber hecho los deberes que por hacerte un seguro a terceros en lugar de uno a todo riesgo. La cuestión es opinar sobre tu vida.

Pero quizás el cambio que más tema sea el de los planes. El pasar de irte el fin de semana con Juan a las fiestas de Zarauz a irte a la boda de Juan a Zarauz. Además, éstas bodas se solaparán casi imperceptiblemente, y como consecuencia, con los bautizos. Por lo que la respuesta sobre los planes del fin de semana que solías recibir de un amigo pasará de: “el viernes tengo un quinito de clase. El sábado partido de fútbol y luego a salir a machete y el domingo toca pasar la resaca” por un “el viernes a descansar, que estoy descojonado del curro semanal. El sábado tengo que ir a elegir un regalo para la boda de Rodrigo y por la noche la boda de Ricardo. Dependiendo del alcohol que me sirvan el sábado, iré o no al bautizo del hijo de Diego.”

Este cambio de planes es ya imparable y sucesivo como lo es para mi abuela el de los funerales. Lo cual me hace pensar en el paso del tiempo y en que todos estamos abocados a ser testigos de él. Y mejor que siga así, porque siempre es mejor ver un funeral desde la barrera que estar en el tendido.

Espero no verme nunca en una salita estrecha tomando té con mis amigas, como hace mi tía abuela, temblando ante la trágica noticia. Un martes cualquiera una está haciendo punto, la otra lleva dos minutos pensando en cómo rellenará el silencio de la frase que ha dejado a medias y la última está mascando un polvorón que no acaba de tragar, cuando una llamada de teléfono inesperada les saca del estupor. Se miran unas a otras temiendo coger el teléfono hasta que la dueña de la casa se decide a hacerlo, no sin antes haberlo dejado sonar cinco estridentes veces. “Ya, ya. Entiendo. Muchas gracias por avisar.” Los ojos marchitos de párpados caídos en festones, rojizos y húmedos por la emoción, miran expectantes a los de la anfitriona quien impertérrita anuncia. “Josefa ha muerto.” Y cuelga el teléfono con un golpe seco y agudo. Después las manos siguen con el punto y la mirada pasará de una a otra preguntándose quién será la siguiente. No obstante, tras la tristeza inicial, cada una se dirá para si, disimulando la sonrisa. “Pues ya tengo la semana hecha. Entre el funeral, el entierro y las misas de salida ya tengo plan para toda la semana.”

Así que ahora que mi amigo cumple 30 años es posible que nos hagamos preguntas sobre el nuevo decenio: “¿Seremos capaces de no acabar hasta las narices del matrimonio? ¿Conseguiremos estar satisfechos con el trabajo? ¿Escaparemos de las fauces de la Hipoteca? ¿Dejaremos de salir o nos haremos alcohólicos?” Dejo al lector la opción de imaginarse el tono y el contenido de mis respuestas así como el cumplimiento de las previsiones